La sonrisa - J.G Ballard

LA SONRISA A hora que una lógica de pesadilla ha llegado a su conclusión cuesta creer que, cuando llevé a Serena Cockayne a vivir conmigo a mi casa de Chelsea, mis amigos y yo lo consideramos el más inocente de los caprichos. Dos temas me han fascinado siempre –la mujer y lo raro–, y Serena los combinaba a ambos, aunque no en un sentido vulgar o perverso. Durante las prolongadas cenas que tanto nos entretuvieron el primer verano que pasamos juntos, tres años atrás, su presencia a mi lado, hermosa, callada y eternamente tranquilizadora a su extraña manera, estuvo rodeada por toda clase de complejas y encantadoras ironías. Nadie que conociese a Serena dejaba de quedar fascinado. Sentada tímidamente en su silla dorada junto a la puerta de la sala de estar, los pliegues azules del vestido de brocado la abrazaban como un tierno y devoto océano. A la hora de la cena, ya sentados, mis invitados miraban con divertido y tolerante afecto cómo llevaba yo a Serena y la ponía en el otro extre...