PREGUNTA SIN RESPUESTA - Forrest J. Ackerman


THE MUTE QUESTION
Forrest J Ackerman
Copyright 1950 by Clark Publishing Company



Cabeza Siamesa parecía absorto en el antiguo problema.

—¿Crees que el hombre pudo haber creado al mutante a su imagen y semejanza?— inquirió con el extraño ceceo que producía su lengua bífida.

Su amigo en aquella hora crepuscular no se dignó a exteriorizar su opinión.

La segunda cabeza del mutante arqueó el cuello hacia delante desde el muro de la caverna sobre el que reposaba.

—Pero si el hijo del hombre, Adán — arguyó con el acento característico de su doble lengua—, nos creó a todos con la bomba adánica…

—¡No creo en esa vieja historia de la Bomba! — Denegó la primera cabeza—. ¿Y tú, forastero?

El aludido siguió dando la callada respuesta. De todos modos, no se le podía distinguir con claridad, ya que la cueva estaba muy oscura.

—¡Para que el hombre creara un mutante a su imagen y semejanza debía ser polimorfo! —Afirmó la segunda cabeza—. Por otra parte él tendría que tener dos cabezas, como nosotros, parte tendría que ser como nuestras hermanas Siamesas, parte como el pequeño Bolita y parte como el Octo- brazo que vimos la semana pasada, y parte, también, como el Ciempiés, y parte como nuestra prima la culebra. ¡Si, habría sido un monstruo!

¿No estás de acuerdo conmigo, forastero?

El forastero se agitó, en el oscuro repliegue de la caverna, pero ningún sonido brotó de su garganta. De esta forma, aquella discusión filosófica a fines de 1990 terminó en tablas.

Fue entonces cuando los rayos de la luna, lentamente, como temerosos, de lo que pudieran revelar, penetraron dentro de la cueva. El cono de luz se desplazó tímidamente, por el cuerpo de la cabeza Siamesa, hasta iluminar, por fin, todo el cuerpo del mutante. ¿Fue ilusión, o palideció el semblante del hombre de la luna? En la Tierra no quedaba hombre alguno para descifrarlo.

El lento progreso del rayo de la luz continuó, hasta quedar también visible el segundo mutante. Y entonces se hizo evidente el porqué el forastero no hablaba.

Para expresarlo más exactamente, habría resultado evidente de existir allí un hombre con ojos para ver. Para Cabeza Siamesa continuó siendo un misterio porque pese a tener gran cantidad de ojos — seis para ser exacto—, no eran en realidad más que unas cuencas blancas, ovaladas, llenas de carne gelatinosa, que carecían de función. Cabeza Siamesa era ciego de nacimiento.

Y el forastero callaba…, bueno, permanecía en silencio porque…

Los mutantes tienen un proverbio:

“Más valen dos cabezas que ninguna”

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Copyright 1950 by Clark Publishing Company

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