ROBERTO RUBIANO VARGAS visita el Taller de Cuento Ciudad de Bogotá


El próximo miércoles 12 de mayo, en el aula 1, piso 3, del Centro Cultural Gabriel García Márquez en la ciudad Bogotá,  ROBERTO RUBIANO VARGAS,  Escritor asociado Ministerio de Cultura / RENATA, sostendrá un encuentro con los integrantes del Taller de Cuento Ciudad de Bogotá 2010. La agenda a cumplir es la siguiente:

  • Conversatorio sobre las técnicas y herramientas básicas del oficio de escritor.
  • Charla sobre "El cuento contemporáneo".
  • DESCANSO
  • Entrevista al escritor invitado a cargo de JUAN NICOLÁS DONOSO.

Hora: 5:00 a 9:00m p.m
Lugar: Aula 1, piso 3, del Centro Cultural Gabriel García Márquez
Dirigido a: Talleristas RENATA


Dos de los "Cincuenta agujeros negros" de R.R.

Fiebre
Por: Roberto Rubiano Vargas

Todo comenzó con unos golpes a través de la pared. Creí que mi vecino estaría colgando cuadros o haciendo un mueble. Pero el ruido se prolongó durante días. Entonces salí al corredor, timbré en su departamento y le reclamé.
Cuando abrió la puerta vi al fondo un agujero en la pared. Mi vecino, vestido como minero, excavaba un túnel.

—¿Qué hace? —pregunté.

Por toda respuesta puso un dedo en sus labios pidiéndome silencio. Me tomó del brazo y cerró la puerta.

—Ya me temía esto —murmuró—. Necesito que guarde el secreto o vendrán otros.
—¿Qué sucede? —insistí.
—Oro —dijo enseñándome una pepita del tamaño de un grano de maíz.

La observé con cuidado. Brillaba y pesaba como el oro. Seguro era un recuerdo de familia. Luego miré el túnel. Por esa pared y en esa dirección lo más seguro es que saldría a la fachada del edificio. Entonces comprendí que mi vecino estaba loco. Excavaba una mina de oro, en el piso veinte de un edificio en condominio.

Pero también pensé que cada cual es dueño de su locura. Esta ciudad ha crecido demasiado en desmedro de la salud mental de sus habitantes. Así que me retiré discreto, prometiéndole que no iba a revelar el secreto a nadie. A fin de cuentas el apartamento era suyo y lo que hiciera allí era asunto personal.

Al otro día lo vi subir decenas de colchones, de manera que los ruidos desaparecieron por completo. No había razón para quejarme a la administración y olvidé el asunto.

No volví a saber de mi vecino hasta la semana pasada, cuando vinieron los bomberos. Salí cuando escuché que rompían la puerta.

Al entrar todos quedamos enmudecidos. Mi vecino había muerto de hambre, víctima de una versión contemporánea de la fiebre del oro que destruyó al general Johann Suter. El apartamento estaba lleno de cascajo, arena y tierra excavada. El agujero que había iniciado en la pared parecía no tener fin. Y ninguno tuvo el valor para entrar en él.

Pero lo que me estremeció, fueron los pequeños sacos de yute junto a su cadáver. Había por lo menos doscientos kilos en pepitas de oro. De excelente calidad.

Nouvelle Cuisine
Por: Roberto Rubiano Vargas

El jueves en la noche decidí correr el riesgo de ir al Alonzo's Restaurant.

El maitre me vio venir desde su pequeño mostrador a la entrada del salón. Cuando pasé junto a él no pude evitar hacerle una reverencia. Analizó mi aspecto con displicencia. Con una seña me instaló en una mesa junto al estanque donde flotaban peces de colores. Un mesero silencioso y amargado retiró los tres platos sobrantes, las copas de cristal, los tenedores y cuchillos y me dejaron frente a una mesa desolada con servicio exclusivo para mí.

Mientras esperaba observé a los demás comensales. Todos parecían tristes, era una noche fría y llovía.
Entonces ocurrió el primer escándalo. Alcancé a ver a la pareja de la mesa doce. Un gesto de terror se dibujó en sus rostros antes de que los atraparan con una soga de nudo corredizo y desaparecieran por la puerta que llevaba a la cocina. Todos regresaron hacia sus platos y continuaron comiendo. Yo demoré un par de segundos en bajar la vista. Entonces sentí una sombra junto a mí.

—¿Sucede algo señor, algo no le satisface? ¿Podemos mejorar nuestro servicio?

Era el Maitre que con su carta forrada en cuero en la mano me miraba con desprecio.

—No nada. Todo está muy bien —dije bajando la vista.

Entonces puso frente a mí un vaso de cristal.

—Haga el favor, la propina para el pianista.

Regresé a mirarlo pero sólo al ver su rostro supe que no podría negarme. Dejé caer una gruesa suma de dinero dentro del vaso.

—Y también para el pianista del turno de mediodía.
—Pero...

Y no dije más porque su mano se apoyó en mi hombro con la fortaleza de una grúa industrial. Entonces busqué en mi billetera y puse más dinero en el vaso.

—Una donación al sindicato sería apropiada.
—Claro, ni más faltaba —dije, colocando más billetes en el insaciable vaso de cristal.

Entonces me dejó en paz.

Pasaron más de dos horas antes de que uno de los meseros aceptara tomar mi pedido. Como siempre, escuché rasgar la pluma contra el papel mientras él escogía lo más apropiado para un comensal como yo.
Tres horas más tarde sirvieron mi cena.

Era una estrella de mar, de color azul, que al reptar sobre el plato dejaba un rastro con textura de mantequilla. La pinché con el tenedor y la llevé a la boca. Pude sentirla revolcándose por mis entrañas hasta que sucedió el ataque en la mesa cinco. Era una pareja joven. Los arrastraron con la soga de nudo corredizo hasta la puerta de servicio, donde desaparecieron para siempre.

—¿Algún problema, señor? —preguntó el mesero.

La estrella de mar aún reptaba por mi estómago. Noté que ocultaba la soga en la espalda y tuve que hacer un esfuerzo muy grande para sonreír.

—Todo lo contrario. Estoy muy satisfecho.
—En ese caso... —dijo el mesero alargando el vaso de cristal.

Puse lo que quedaba en mi bolsillo y cancelé la abultada cuenta. Luego bebí un vaso de agua antes de levantarme y cruzar entre las mesas donde la gente se mantenía aferrada a los manteles con terror. Tuve la seguridad de que la mayoría hubiera querido levantarse y salir conmigo antes que les sucediera lo mismo que a los comensales desaparecidos. Pero nadie tuvo valor para semejante atrevimiento.

Cuando llegué a la calle respiré. Mi afición a la buena mesa no tiene límites. Por eso siempre vuelvo al Alonzo's Restaurant, a pesar de los riesgos que se corren.

***

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